lunes, 28 de noviembre de 2011

Sadhus

Los sadhus son ascetas o santos de la India seguidores del Dios Shiva que han optado por abandonar el mundo y sus convenciones sociales para refugiarse en una constante contemplación de la Divinidad. 

Lo que buscan es imitar la vida mitológica de Shiva, el principio destructor o transformador del universo. Al parecer pertenecen a la casta de los Brahamnes y entre ellos se han subdivido en diferentes doctrinas y órdenes, como por ejemplo los aghori, los nagas o los dandis

Se dejan crecer los cabellos largos (jata) al igual que los "dreadlocks" de los rastafaris, los que simbolizan los “asientos” de sus poderes sobrenaturales, y se untan el cuerpo entero con cenizas de crematorio (vibhuti) que en este caso simbolizan "el polvo (la nada) del cual venimos y el polvo al cual vamos”. La ceniza sagrada es un recordatorio de la naturaleza perecedera del mundo manifestado

Pues Shiva es el dios de la muerte transformadora, el Rey de los ascetas y el gran Yogui de aspecto andrógeno que se encuentra por encima de la dualidad sexual propia de la manifestación. También utilizan, estos ascetas shivaitas, pintura amarilla y roja para pintarse en la frente las tres líneas del tridente que encontramos en las caracterizaciones de Shiva. 

Este tridente representa los tres aspectos de la impureza que debemos superar, a saber, el ego, la acción con deseo y maya. El abandono que hacen del mundo va acompañado de una transgresión - legítima - hacia las convenciones sociales de la tradición a la que pertenecen, de ahí que podamos emparentar a los sadhus con algunos malamyitas del estorismo islámico, con los locos de cristo de la tradición ortodoxa o con los heyokas de la tradición “piel roja”, todos ellos con una función similar de "aparentar locura" para poder cumplir así con cierto tipo de realizaciones espirituales que escapan a la comprensión profana.           
    





domingo, 27 de noviembre de 2011

Modou Gaye

Modou es un joven músico que logra fusionar correctamente (síntesis armoniosa y no sincretismo inarmónico) la música jazz moderna con el espíritu sufí de su propia tradición islámica. Son pocos los artistas contemporáneos que poseen el talento para fusionar lo tradicional con lo moderno sin traicionar lo primero.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Rimbaud, Sol y Carne


                              I
El sol, hogar de vida radiante de ternura,
vierte su ardiente amor sobre el mundo extasiado; 
y cuando nos tumbamos en el valle, sentimos 
que la tierra es doncella rebosante de sangre; 
que su inmenso regazo, henchido por un alma,
es de amor, como Dios, de carne, como una hembra 
y que encierra, preñada de savias y de luces, 
el hervidero inmenso de todos los embriones.


Todo crece, pujante.
                                   ¡Oh Venus, oh diosa!
Añoro aquellos días, cuando el mundo era joven,
con sátiros lascivos, con silváticos faunos, 
con dioses que mordían, en amor, la enramada, 
besando entre ninfeas a la Ninfa dorada. 
Añoro aquellos días, cuando la savia cósmica, 
el agua de los ríos y la sangre rosada 
de los árboles verdes, en las venas de Pan 
encerraba tremante un mundo, y que la tierra, 
bajo su pie de cabra, lozana palpitaba;
cuando, al besar, suave, su labio la siringa, 
tocaba bajo el cielo el gran himno de amor; 
cuando en medio del campo, oía, en tomo a él, 
la respuesta, a su voz, de la Naturaleza;
cuando el árbol callado que acuna el son del ave, 
y la tierra que acuna al hombre, y el Océano 
azul, inmensamente, y todo lo creado, 
animales y plantas, amaba, amaba en Dios.

Añoro aquellos días de Cibeles, la grande,
que recorría, cuentan, enormemente bella,
en su carro de bronce, ciudades deslumbrantes: 
sus senos derramaban, gemelos, por doquier 
el arroyo purísimo de la vida infinita;
y el hombre succionaba, dichoso, la ubre santa, 
como un niño pequeño que juega en su regazo. 
-Y el Hombre, por ser fuerte, era casto y afable.

Por desgracia, ahora dice: ya sé todas las cosas;
y va, avanzando a ciegas, sin oír, sin mirar.
-¡Así pues, ya no hay dioses! ¡Ya sólo el Hombre es Rey, 
sólo él Dios! ¡Pero Amor es la única Fe ...! 
¡Si el hombre aún bebiera de tus ubres, Cibeles,
gran madre de los dioses y de todos los hombres, 
si no hubiera olvidado la inmortal Astarté, 
que antaño, al emerger en el fulgor inmenso 
del mar, cáliz de carne que la ola perfuma, 
mostró su ombligo rosa, donde la espuma nieva,
e hizo cantar, Diosa de ojos negros triunfales, 
el roncal en el bosque y en el pecho el amor!

Bardo Thodol

El libro Tibetano de la Muerte o Bardo Thodol constituye una especie de guía de instrucciones sobre cómo actuar durante el viaje póstumo que nos espera a todos tras la muerte corporal. 

Nos explica detalladamente la lucha póstuma que deberemos entablar para no caer en las identificaciones con nuestras propias proyecciones psíquicas y así poder trascender victoriosos los continuos renacimientos de la "Rueda del Samsara". 

En este caso el autor tradicionalista Julius Evola, conocedor de la metafísica tradicional desde un punto de vista "kshatriya" según sus propias palabras, nos ofrece una síntesis sumamente esclarecedora del presente texto.  
    


Uno de los puntos en los cuales existe un preciso contraste entre las posturas que han predominado en Occidente y las que se han conservado –aunque no siempre en forma pura– entre casi todos los pueblos de Oriente, se refiere a la concepción de la muerte.

De acuerdo a las enseñanzas orientales el estado humano de existencia no es sino una fase de un ritmo que viene desde lo infinito y va hacia lo infinito. La muerte, a tal respecto, no tiene nada de trágico: es un simple cambio de estado, uno de los tantos que, en tal desarrollo, ha padecido un principio esencialmente suprapersonal. Y así como el nacimiento terrenal es considerado como una muerte con respecto a estadios anteriores, no-humanos, de la misma manera la muerte terrenal puede tener el significado de un nacimiento en sentido superior, de un despertar transfigurador. Pero en las enseñanzas aludidas, esta última idea no queda como entre nosotros en una dimensión abstractamente mística. La misma adquiere un significado positivo de una especial tradición relativa a un “arte de morir” y a una ciencia de las experiencias que deben esperarse en la ultratumba.

La expresión más característica de esta tradición se la encuentra en algunos textos tibetanos recientemente llevados al conocimiento del público occidental a través de la traducción del lama K. Dawa Samdup y de Evans Wentz. El más importante de tales textos se llama Bardo Thödol, término que se puede traducir aproximadamente así: “Enseñanza a escuchar con relación a las alternativas” (Bardo).
En efecto, la idea central de esta doctrina es que el destino de ultratumba no es unívoco; la ultratumba ofrece diferentes posibilidades, caminos, alternativas, en modo tal que a tal respecto, la actitud y la acción del alma de aquel que ya ha sido hombre, tienen una importancia fundamental.

Lo que impacta en tales enseñanzas es su absoluta asentimentalidad, su estilo casi de sala operatoria, en razón de su calma, precisión, lucidez. “Misterio” y angustias no encuentran lugar aquí. No sin equivocarse el traductor ha hablado a tal respecto de un traveller’s guide to other worlds, es decir una especie de Baedecker, de guía para los otros mundos. El que muere debe mantener el espíritu calmo y firme; con suma fuerza él debe luchar para no caer en un estado de “sueño”, de coma, de desmayo, lo cual sería sin embargo posible tan sólo si ya en la vida nos hemos entregado a especiales disciplinas espirituales, como por ejemplo el Yoga. Las enseñanzas que entonces son comunicadas, o de las cuales él se debe acordar, tienen más o menos este sentido: “Sabe que estás por morir. Probarás ésta o aquella sensación en el cuerpo, sentirás estas fuerzas como si se te escapan, se detendrá la respiración, cesará este sentido después de este otro – y he aquí: desde lo profundo, irrumpirá este estado de conciencia, estos vértigos te tomarán y estas apariciones se formarán mientras eres llevado afuera del mundo de los cuerpos. No te atemorices, no tiembles. Debes en cambio acordarte del significado de aquello que experimentarás y de cómo te conviene actuar”.

El ideal más alto de las tradiciones orientales en general es la “liberación”. La liberación consiste en realizar un estado de unidad con la suprema realidad metafísica. Aquel que, aun teniendo aspiración a ello, no ha sido capaz de realizarlo en vida de hombre, tiene la posibilidad de arribar a ello en el momento de la muerte, o en los estados que inmediatamente le siguen a la muerte, si es capaz de un acto, el cual hace casi pensar en aquella violencia a usar para entrar en el reino de los Cielos, de los cuales se habla también en los Evangelios. Todo dependería de una capacidad intrépida y fulminante de “identificación”.

Para ello la premisa es que el hombre, en su naturaleza más profunda, es idéntico no tan sólo a las diferentes fuerzas trascendentes simbolizadas por las diferentes divinidades del panteón de aquellas tradiciones, sino también al mismo Supremo. El mundo divino no tendría una realidad objetiva diferente del Yo: la distinción sería una mera apariencia, un producto de “ignorancia”. Nos creemos dioses, mientras que no se es sino dioses que duermen. Pero al caer el cuerpo el velo de la “ignorancia” se resquebraja y el espíritu tendría –luego de una breve fase de desfallecimiento correspondiente al compuesto psico-físico– la experiencia directa de estos estados o poderes metafísicos, a partir de la denominada “Luz-fulgor”, estados y poderes que no son sino su misma esencia más profunda.

Entonces se plantea una alternativa: o se es capaz, a través de un impulso absoluto del espíritu, de “identificarse”, de sentirse como aquella Luz –y entonces la “liberación” es alcanzada, el “dios que duerme” se despierta. O en cambio se tiene miedo, se da marcha atrás, y entonces se desciende, se pasa a otras experiencias, en las cuales, como por una sacudida dada a un calidoscopio, la misma realidad espiritual se presentará no más en aquella forma desnuda y absoluta, sino en la semblanza de seres personales y divinos. Y aquí se repite la misma situación, la misma alternativa, la misma prueba.

Habría propiamente dos grados. En primer lugar aparecerían formas divinas calmas, poderosas, luminosas: luego, formas divinas terribles, destructivas, amenazantes. En uno como en otro caso, de acuerdo a la enseñanza en cuestión, no nos debemos engañar ni asustar; es la misma mente que, casi a la manera de una alucinación, crea y se proyecta ante sí misma todas estas figuras: es la misma sustancia abismal del Yo que se objetiva, con la ayuda de las imágenes que fueron más familiares a un muerto. Por lo cual, es admitido sin más que el hindú “verá” las divinidades hindúes, el mahometano al Dios islámico, el buddhista a uno de los Buddha divinificados, y así sucesivamente, tratándose de formas variadas, pero equivalentes, de un fenómeno puramente mental.

Todo tiene que ver con que “aquel que ha partido” (el muerto) logre destruir la ilusión de una diferencia entre sí mismo y tales imágenes y mantener, por decirlo así, su sangre fría. Ello no es sin embargo tan difícil, en cuanto más él, bajo el impulso de fuerzas oscuras e irracionales, se aleje del punto inicial de las experiencias póstumas. En efecto, es más arduo reconocerse en un dios que toma el aspecto de persona y que fue siempre adorado como ser distinto, que en una forma de pura luz; y es sumamente menos probable que luego la identificación pueda acontecer frente a las divinidades “terribles”, a menos que, en la vida, no nos hayamos consagrado a cultos especiales. El velo de la ilusión se hace así paulatinamente siempre más espeso, en un progresivo menoscabo, equivalente a una disminución de la luz interna. Se cae, nos acercamos al destino de pasar nuevamente a una forma finita y condicionada de existencia que, por lo demás, no está dicho que sea nuevamente y terrestre como querrían aquellos que asumen como un dogma, de manera grosera y simplista, la teoría de la reencarnación.

Pero el que se “acuerda”, hasta el último momento tendría posibilidades; los textos en cuestión indican en efecto acciones espirituales, por medio de las cuales o se logra “abrir la matriz”, o bien, por lo menos, se logra “elegir” – elegir el plano, el lugar y el modo de la nueva manifestación, del nuevo estado de existencia, entre todos aquello que, en un último y supremo momento de lucidez, se revelarían a la visión del muerto. La reaparición en el mundo condicionado acontecería a través de un proceso que, en estos textos tibetanos, presenta una singular concordancia con varias posturas del psicoanálisis, y que implicaría una interrupción de la continuidad de conciencia: se borra el recuerdo de las anteriores experiencias suprasensibles, pero se mantiene sin embargo, en el caso de un “nacimiento elegido” el impulso, la dirección. Se tendrá así un ser que, aun hallándose nuevamente en la situación de experimentar la vida como “un viaje en las horas de la noche”, se encuentra animado por una vocación superior, es conducido por una fuerza de lo alto, no es uno de aquellos seres vulgares destinados a “perderse como una flecha lanzada en la oscuridad”, sino un “noble” al que un impulso más fuerte que él lo impulsará hacia el mismo fin hacia el cual en la primera prueba se ha venido a menos, pero que ahora, como un nuevo poder, será nuevamente enfrentada.

Singulares perspectivas se abren pues con estas enseñanzas, fundadas en una tradición milenaria. Cualquier cosa pueda decirse de los mismos, una cosa es segura: los horizontes, con tales enseñanzas, son ampliados, en modo tal que las oscuridades, las tragedias, las contingencias de esta vida humana no pueden sino resultar relativizadas. Aquello que, en una especie de pesadilla, se podía considerar como definitivo, puede no ser sino un episodio, con respecto a algo más fuerte y más alto, que no comienza con el nacimiento y que no concluye con la muerte y que puede aun valer como principio de una calma superior y de una incomparable, inquebrantable seguridad ante toda prueba.




martes, 15 de noviembre de 2011

La Doctrina de los Estados múltiples del Ser en el Cristianismo

Un fragmento del artículo "la doctrina de los estados múltiples del ser en el cristianismo" de Michel Valsan, en donde se muestra cómo en efecto Santo Tomás deja abierta la posibilidad de la existencia y continuidad de los "estados múltiples del ser" en la doctrina teológica católica.

Esta teoría de los estados múltiples del ser fue elaborada por Rene Guenon y constituye la piedra de toque de toda verdadera doctrina metafísica. Así pues, se plantea la posibilidad de que en la doctrina teológica cristiana esté implícito la idea de una continuidad entre las bestias, los demonios, el ser humano, los duendes, los seres mitológicos y los ángeles, tal como de hecho sucede en las doctrinas que son de naturaleza metafísica. Todos estos múltiples estados se ecuentran conformados o existen en una "jerarquía de grados" que es la Existencia Universal.  

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"La concepción de los estados múltiples, tanto en teología como en algunas ciencias o especulaciones particulares atestigua la existencia de los Daimons, de los Genios, de los Djinns buenos o malos, que se sitúan entre el ángel y el hombre; igualmente, pueden considerarse aquí los seres "engendrados" entre un ángel y un hombre o entre un djinn y un hombre (Éste era, según algunos, el caso de Bilqis, la Reina de Saba; era también el caso de Merlin el encantador. Pero esta forma de nacimiento existe en cualquier modo y siempre permanece posible con esta precisión: cuando el padre es hombre y la madre de la especie de djinn, el nacimiento tiene lugar entre los djinn, e inversamente, puesto que es la naturaleza de la madre la que asigna el lugar específico).

En cuanto a lo que afecta a los grados entre el hombre y el animal, hay igualmente seres que participan del uno y del otro; no podemos insistir, pero recordaremos seres míticos como los Centauros, la Sirenas, etc., cuyas "facultades" pueden ser a veces semejantes a las del hombre: Quirón fue el maestro de Aquiles. Se dirá alegremente que eso son "fábulas de los antiguos", como si no pudiese decirse algo semejante de todo lo que se refiere a los Ángeles y Demonios. No es precisamente a los interpretes modernistas de Santo Tomás o de Dante que uno podría pedir el admitirlos, pero se les puede hacer observar su grotesca contradicción cuando ellos mismos aceptan por otra parte la "evolución de las especies", puesto que ello supone por su parte el reconocimiento, aunque sea de un modo irregular, !de una continuidad de los estados del ser a través de la continuidad de las formas de las especies!

En cambio, la "similitud" entre el ángel y el hombre, y entre el hombre y la bestia, de la que habla Santo Tomás precisándola para los "casos extremos", puede explicarse bien en el sentido de la doctrina de los estados múltiples del ser, y para ello es necesario señalar de entrada que la perspectiva desde la que esta cuestión es abordada por Santo Tomás es un tanto especial: cada uno de los seres dotados de esta "similitud en los casos extremos" comporta diferentes "envolturas" correspondientes a los planos o modalidades de existencia incluidos en su naturaleza, y los "grados" en este caso no son simples "planos" de reencuentro; debido al hecho de que los elementos de los cuales están hechos estas "envolturas" se encuentran comprometidas en  síntesis específicas e individuales, no permanecen en el estado neutro e impersonal de los grados macrcósmicos, sino que están organizados de tal modo en cada ser que tienen de hecho una fisionomía particular en cada caso. Entonces, desde el punto de vista de los seres, uno solo puede hablar propiamente de "similitud" y no de "unidad" o de "identidad".

Así, en el fondo, el caso en el que Santo Tomás habla de "similitud" de ningún modo es el mismo que aquel en el que Dante habla de "continuidad", y la oposición que allí se quiere encontrar sería más de apariencia, al considerar el primero "seres" o "entidades", mientras que el segundo habla más bien de los planes generales de existencia correspondientes; Dante dice textualmente: en la jerarquía que hacen los grados".   

En Santo Tomás, a pesar de su posición exotérica, se encuentran menciones que no contradicen en nada, e incluso autorizan, la idea de la continuidad entre los grados de ángel y del hombre. Será por supuesto que la naturaleza compuesta del ser en el grado de la humanidad hace que el elemento angélico (o incluso divino) se vea impedido y obscurecido en buena medida, y que solo en casos completamente excepcionales el hombre podrá ser llamado "semejante" a los ángeles, lo cual se entiende en cuanto a la parte superior, intelectual del alma. Es así que San Gregorio ha podido decir que "el hombre tiene inteligencia como los ángeles" [homo habet commune cum angelis intelligere].

Por lo demás he aquí como concluye sobre esta cuestión el propio Santo Tomás: "es necesario pues responder que el hombre tiene en común con el ángel la facultad de intelegir, pero le falta no obstante la eminencia de éste... el intelecto del ángel es perfecto para las especies inteligibles conformemente a su naturaleza, pero el intelecto humano no lo es más en potencia para las especies de este modo" [respondeo dicendum quod homo quidem convenit cum angelis in intelligendo, deficit tamn ab eminentia intellectus eorum... intellectus angeli est perfectus per species intelligibles secundum wuam naturam, intellectus autem humanus est in potentia ad hujusmodi species] 

Centauro luchando contra un lápita (detalle del Partenon)

domingo, 13 de noviembre de 2011

Jihad islámica

Existe una gran diferencia entre el estereotipo del "jihadismo" y la idea tradicional islámica de la jihad. La profunda caballerosidad de los guerreros musulmanes que deriva de los preceptos del Corán y de la práctica del Profeta Muhammad está sintetizada en este comentario de Shah-Kazemi:

"El verdadero guerrero del Islam golpea el cuello de su propia ira con la espada de la paciencia; el falso guerrero golpea el cuello de su enemigo con la espada de su ego desenfrenado. Para el primero, el espíritu del Islam determina a la jihad; para el segundo, la ira implacable, haciéndose pasar por jihad, determina el Islam. El contraste entre ambos no podría se más claro." 

domingo, 6 de noviembre de 2011

La "Raza Europea"

En el primer párrafo Rene Guenon nos explica cómo sí es posible hablar de una "raza europea", ya que a pesar de existir diferencias étnicas acentuadas entre los diversos pueblos europeos éstos poseen suficientes caracteres comunes que los distingue de las demás razas. 

Y luego Intusunqu Waman, en los siguientes dos párrafos, nos explica sobre el origen y formación de las nuevas etnias que han dado lugar a las identidades nacionales actuales por todos conocidos: franceses, ingleses, españoles, etc. 

Así mismo nos menciona rápidamente cómo el influjo de la Cristiandad - por una acción providencial de "exteriorización" - ayudó a unificarlos en una comunidad de pueblos-naciones bajo una autoridad espiritual y temporal, lo que se conoce como la civilización medieval cristiana. La destrucción de esta civilización tradicional cristiana de la Edad Media comenzará con el rey de Francia Felipe el Hermoso a la cabeza y luego con el advenimiento del Renacimiento...   

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"Hemos hablado de la raza europea y de su mentalidad propia; ¿pero hay verdaderamente una raza europea? Si se quiere entender con eso una raza primitiva, con una unidad original y una perfecta homogeneidad, es menester responder negativamente, ya que nadie puede contestar que la población actual de Europa se ha formado por una mezcla de elementos pertenecientes a razas muy diversas, y que hay diferencias étnicas bastante acentuadas, no solo de un país a otro, sino incluso en el interior de cada agrupamiento nacional. 

No obstante, por eso no es menos cierto que los pueblos europeos presentan bastantes caracteres comunes para que se les pueda distinguir claramente de todos los demás; su unidad, incluso si es más bien adquirida que primitiva, es suficiente para que se pueda hablar, como lo hacemos, de raza europea. Únicamente, que esta raza es naturalmente menos fija y menos estable que una raza pura; los elementos europeos, al mezclarse a otras razas, serán absorbidos más fácilmente, y sus caracteres étnicos desaparecerán rápidamente; pero esto no se aplica más que al caso donde hay mezcla, y, cuando hay solo yuxtaposición, ocurre al contrario que los caracteres mentales, que son los que más nos interesan, aparecen en cierto modo con más relieve. 

Por lo demás, estos caracteres mentales son aquellos para los que la unidad europea es más clara: cualesquiera que hayan podido ser las diferencias originales en este aspecto como en otros, se ha formado poco a poco, en el curso de la historia, una mentalidad común a todos los pueblos de Europa. Eso no quiere decir que no haya una mentalidad especial de cada uno de estos pueblos; pero las particularidades que los distinguen no son más que secundarias en relación a un fondo común al que parecen superponerse: son en suma como especies de un mismo género. Nadie, incluso entre aquellos que dudan que se pueda hablar de una raza europea, vacilará en admitir la existencia de una civilización europea; y una civilización no es otra cosa que el producto y la expresión de una cierta mentalidad". (René Guenon)

Intisunqu Waman prosigue:

"Señalamos que las etnias actuales que forman parte de la raza europea, no son las etnias originales que ocuparon desde hace cerca de seis milenios la parte occidental del continente euro-asiático (Europa). Las etnias actuales son producto de una compleja etnogénesis intrarracial, acontecida sobre todo a partir del siglo IV de la era cristiana y cuyo origen se encuentra en la impronta invasora germánica. 

Está demostrado que las tribus bárbaras germánicas vivían al exterior del área del imperio romano, las principales fueron: godos, ostrogodos, visigodos, francos, alamanas, anglos, sajones, alanos, vándalos, suevos,  etc. Estas tribus, por razones no bien precisadas comenzaron, casi diríamos de manera sincrónica, a traspasar por oleadas migratorias la frontera romana: esta invasión transformó radicalmente la realidad étnica del imperio romano, alterándose para siempre los rasgos genético-culturales de las etnias europeas más antigua (sobre todo las célticas y latinas). 

Algunas de ellas incluso desaparecieron (o mejor dicho fueron asimiladas ―de grado o fuerza― por las tribus germánicas invasoras). Producto de estos trasvases genético-culturales surgieron en un lapso aproximado de 10 siglos las actuales etnias que forman parte de la raza europea: franceses (hibridación de galo-romanos + francos + bretones); españoles (hibridación de celtíbero-romanos + vándalos + alanos + suevos + visigodos + semitas [árabes y judíos]); ingleses (hibridación de bretones-romanos + anglos + sajones); etc. 

Al respecto de estas hibridaciones intrarraciales, cabe señalar que la mayor parte de especialistas en genética de poblaciones sostienen que la raza europea es genotípicamente inestable y por lo tanto fácil de ser  asimilada por las otras razas humanas con genotipo más estable, como es el caso de las razas china, negro-africana y amerindia.

Es de distinguir que la raza europea esta principalmente formada por los grupos eslavo, latino y germánico; estos, pese a su inestabilidad genética, son sin embargo tipológicamente compactos. Estos peculiares grupos étnicos europeos formaron con el devenir de los siglos diferentes pueblos-naciones, los que se organizaron bajo diversas modalidades societales de carácter tradicional (clanes, tribus, reinos e imperios). 

Cabe del mismo modo señalar que a partir del siglo IV de la era cristiana, la tradición cristiana ―como adaptación providencial de la tradición judía para el mundo europeo―, empezó a unificarlos en una comunidad de pueblos-naciones bajo una autoridad espiritual y temporal; la cual es conocida como Cristiandad, que tuvo una duración efectiva de mil años, después de este tiempo de relativa calma tradicional, se originó una civilización tradicional: la civilización occidental medieval y sus frutos de santidad y sabiduría. 

Esta comunidad tradicional empezó a desmantelarse debido al agresivo empuje de las fuerzas contratradicionales personificadas por el rey de Francia Felipe el Hermoso y sus consejeros, formándose los actuales estados-modernos europeos y sus prolongaciones de ultramar. Desde este punto de vista, la Edad Media, que es considerada por las tendencias antitradicionales como “edad de las tinieblas”, nace en el siglo VIII y termina en el siglo XIV según precisa René Guénon

Correlativamente se inicia el Renacimiento (tiempo comprendido entre los siglos XIV y XVII): se trata del periodo germinal de la naciente civilización occidental moderna, en el cual se establecen las principales características de la mentalidad europea moderna y se desarrollan las principales corrientes ideológicas de la modernidad (el naturalismo: del que nace como consecuencia la ciencia moderna; el cristianismo moderno y sus iglesias católica, protestante y anglicana; etc.). 

Es de notar que en este infausto periodo se inicia el desbordamiento geográfico de la raza europea y su agresiva mentalidad antitradicional hacia los mundos tradicionales: la meta no era sólo sojuzgarlos sino impregnarlos del repugnante espíritu moderno. Pese a esta indiscutible realidad histórica, los europeos y sus productos putativos de ultramar (eurodescendientes y occidentalizados) llaman a este periodo histórico: “descubrimiento y conquista”; cuando en realidad no se trata para nada ni de “descubrimiento” (pues las Américas eran ya conocidas por europeos tradicionales como los templarios, por los musulmanes negro-africanos, por los navegantes chinos, etc.) Ni mucho menos de “conquista” (pues se trata de una invasión y ocupación colonial)...".

Los ciclos cósmicos según la doctrina hindú

Un síntesis de la doctrina hindú de los ciclos cósmicos realizada por el intelectual amerindio Intisunqu Waman. El sánscrito Kalpa significa "mundo" entendido como un estado o grado de la Existencia universal, manvantara significa una humanidad y yuga hace referencia a las edades que conforman el manvantara. Demás está decir que los números de años que cuantifican las duraciones cíclicas, por lo mismo que nos encontramos en un ámbito indefinido, deben ser tomados simbólicamente y no literalmente.  

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"De acuerdo a la doctrina hindú de los ciclos cósmicos, un Kalpa representa el proceso de desarrollo de un estado o grado de la Existencia universal. Asimismo hay que tener presente que «no puede hablarse literalmente de la duración de un Kalpa, evaluada según una medida de tiempo cualquiera, más que si se trata de aquel que se relaciona con el estado del que el tiempo es una de las condiciones determinantes, estado que constituye propiamente nuestro mundo»; por lo tanto, un Kalpa representa el desarrollo total de un mundo. Existen ciclos cósmicos al interior de un Kalpa, los que no son más que modalidades especializadas y restringidas de este. Como queda dicho, es un error querer determinarlos por su sola modalidad cronológica, puesto que hay que tener en cuenta que la sucesión temporal de estos ciclos no son otra cosa que «una imagen del encadenamiento, lógico y ontológico a la vez, de una serie “extra-temporal” de causas y efectos» (René Guénon, Formas tradicionales y ciclos cósmicos, cap. I). Al interior de nuestro Kalpa, Shrî-Shwêta-Varâha-Kalpa (“Era del Jabalí Blanco”), se desarrollan los Manvantaras y sus subdivisiones: «los Manvantaras o eras de Manús sucesivos, son catorce, formando dos series septenarias de las cuales la primera comprende los Manvantaras pasados y aquél en el que estamos actualmente, y la segunda los Manvantaras futuros» (René Guénon, op.cit., ibid.). Cada Manvantara es regido por un Manu o legislador primordial, y Vaivaswata, el presente Manu, es el séptimo de este Kalpa. Los Yugas o subdivisiones al interior de nuestro Manvantara son cuatro, «esta división cuaternaria de un ciclo es susceptible de aplicaciones múltiples, y se encuentra en muchos ciclos de orden más particular: pueden citarse como ejemplos las cuatro estaciones del año, las cuatro semanas del mes lunar, las cuatro edades de la vida humana; aquí también, hay correspondencia con un simbolismo espacial, relacionado en este caso principalmente con los cuatro puntos cardinales… [cada Yuga] está señalado por una degeneración con respecto al que le ha precedido; y esto que se opone directamente a la idea de “progreso” tal como la conciben los modernos, se explica muy sencillamente por el hecho de que todo desarrollo cíclico, es decir en suma, todo proceso de manifestación, al implicar necesariamente un alejamiento gradual del principio, constituye realmente, en efecto, un “descenso”, lo que además es también el sentido real de la “caída” en la tradición judeo-cristiana» (ibid.). Evaluadas en años ordinarios, las duraciones de los cuatro Yugas son: Krita-Yuga o Satya-Yuga = 25.920, Trêtâ-Yuga = 19.440, Dwâpara-Yuga = 12.960 y Kali-Yuga = 6.480 años, formando un total de 64.800 años, que es la duración de nuestro Manvantara y que corresponde a la antigüedad real de la presente humanidad".