martes, 23 de abril de 2013

Isabelle Eberhardt, La Fascinación del Desierto




Artículo escrito por el tradicionalista Joaquin Albaicin sobre la enigmática y aventurera vida de Isabelle Eberhardt, la primera mujer europea (aunque fue rusa en realidad) que se convierte al Islam. Una mujer muy culta y transgresora de las falsas costumbres burguesas europeas que encuentra en el Islam una forma de vida rebosante de pureza y primordialidad. 

Con una prosa exquisita escribió solamente algunos pocos cuentos, artículos periodísticos y unos cuantos diarios personales en los que logra retratar el hechizo mágico que le causó el descubrimiento del Islam, la religión nómada del desierto.

Se mudó junto con su madre a vivir al norte de África, pero lamentablemente muere a muy temprana edad debido al desborde de un río que arrasó con la casa en la que vivía. Sus diarios junto con algunos cuentos fueron encontrados y eso es lo único que se conoce de su obra literaria.     

De temperamento singular no vaciló en disfrazarse de hombre y comportarse como tal para acceder a lugares en los que estaba prohibido el acceso a las mujeres. Tuvo un activismo político en contra de los colonizadores franceses y se cuenta que tuvo una extensa vida amorosa...

En torno suyo se ha creado una leyenda muy grande, algunos incluso han llegado a emparentarla con el mismo Rimbaud, pero quién mejor que el poeta gitano Albaicín para darnos un vivo retrato de este interesantísimo personaje. 

***    

Isabelle Eberhardt: La fascinación por el Desierto

Múltiples voces del mundo de la literatura, la edición y el cine se alzaron para pedir que 2004 fuera declarado en Francia año literario de Isabelle Eberhardt. El documental sobre su vida de la realizadora tunecina Raja Amari, firmante de la premiada Satin rouge, está ya en marcha. ¿Quién fue aquella nómada impenitente inmortalizada en la gran pantalla con las facciones de Mathilda May y de cuya muerte se cumple el centenario?

Sin duda es la antología comentada debida a Eglal Errera, la escritora francesa nacida en Alejandría, publicada en la colección de biografías femeninas de Circe, la mejor introducción en lengua castellana a la fascinante personalidad de la soñadora rusa cuyo personal y borgiano libro de arena integran unos pocos cuentos, reportajes y novelas, sus diarios y un predecible óbito en la flor de la vida. Aunque quiera la leyenda hacerla hija de Rimbaud, el padre de Isabelle fue Alexander Trofimovsky, pope ruso amigo de Bakunin y discípulo de Tolstoi por el que su madre abandonó a su marido para establecerse cerca de Ginebra, en una villa consagrada por sus antiguos dueños al cultivo de plantas exóticas y, a partir de su llegada, lugar de tertulia y pernocta para toda laya de prófugos de Siberia y conspiradores varios.

Sus diarios y cartas no esclarecen por qué vía incubó la pasión por el Islam una adolescente que, educada por Trofimovsky, jamás puso el pie en un colegio y creció en un ambiente antirreligioso. Parece que las primeras noticias directas de África le llegaron con apenas 16 años, en su cruce de epístolas con un joven militar francés destacado en Argelia, y que afianzó el interés su amor por un funcionario del consulado turco. Seguirán las cartas a su hermano, alistado en la Legión, en las que Isabelle emplea ya un prometedor árabe autodidacta, habla del Islam como vivencia íntima, se califica de alma en el exilio que se ahoga en tierra de infieles y -lo cual es más intrigante- se expresa en términos inequívocamente deudores de la tradición sufí, la más secreta y nuclear del Islam... En 1896, a los 19 años, se escribe con Abu Naddara, judío egipcio expatriado en París y seguidor de la corriente nacionalista egipcia anti-otomana encabezada por Djamal El Din El Afghani, que la ayudará a progresar en su dominio del árabe y el turco. El lazo emocional e intelectual de Isabelle con el mundo islámico difiere, pues, del de sus contemporáneos orientalistas andando el tiempo magistralmente diseccionados por Edward Said, lo que se reflejará con posterioridad en su obra, ayuna de la menor tentación folklorista.

Tiene 20 años cuando, dejando atrás a su progenitor, emigra con su madre a Argelia. Parece que fue nada más llegar cuando aconteció la entrada formal de ambas en el Islam, paso insólito en la época. Al año, tras la muerte de su madre, ya publica sus primeros artículos y cuentos bajo el seudónimo de Mahmoud Esaadi. En tanto los raptos de exaltación o tristeza activan su talento literario, se da a la bebida durante sus no menos frecuentes pasajes de melancolía. Busca en las soledades del desierto consuelo para sus bruscas mudas de ánimo. Vestida de hombre, alterna en Argel mezquitas y bajos fondos, encuentros turbios con discusiones pías y eruditas sobre el Corán. Peregrina a las fuentes del éxtasis, su irrefrenable querencia hacia los predios de la espiritualidad parece haber hallado vehículo en los rituales sufíes y la contemplación arrobada de la Naturaleza tanto como en los éxtasis de la carne, considerando a cada amante un peldaño de su escala hacia los arrebatos místicos.

En 1899, a lomos de su caballo, se interna por primera vez en el Sahara, donde la oficialidad francesa recibe glacialmente a aquella rusa musulmana ataviada con ropas viriles de beduino, que ha rechazado varias propuestas de matrimonio y decide quedarse en El Oued, "la extraña ciudad de pequeñas e innumerables cúpulas redondas." Pasará dos meses acompañando a un funcionario del cadí de Al Monastir y su escolta en la tarea de recaudar impuestos y sofocar rencillas tribales, sin que nadie recele de su falsa identidad de joven turco huido de un colegio francés.

En 1900, de vuelta en El Oued tras un par de breves viajes a Francia que le permiten reencontrarse con Naddara y entrar en relación con la periodista rusa Lydia Pashkov, publicar algunos de sus relatos de viajes y sobre todo, constatar que su mundo no es ese, conoce a Sliman, suboficial de las tropas indígenas que será su gran, feliz y atormentado amor. Frecuenta a los sufíes de la cofradía Qadiri, a la que pertenece Sliman, en la que ella misma será iniciada y a muchos de cuyos miembros -gracias a los rudimentos de oftalmología aprendidos de su padre- curará de conjuntivitis, cataratas y otros padecimientos oculares típicos del desierto. Enfurecidos por su ascesis rayana en la indigencia, su gusto por el alcohol, su promiscuidad y, sobre todo, sus críticas al proselitismo religioso, los funcionarios franceses hacen correr el bulo de que es una misionera metodista y tratan de expulsarla acusándola de espionaje, lo que Isabelle logra evitar contrayendo matrimonio con Sliman y adquiriendo, así, la nacionalidad gala. También parece que su existencia errante y solitaria y su atuendo masculino indignaron a determinados medios locales. Nunca se aclaró si el intento de asesinato con sable perpetrado contra ella por un árabe enloquecido fue inducido por una visión angélica -como declaró el agresor- o urdido por las autoridades coloniales.

Isabelle, tratada en aquel juicio casi más como acusada que como denunciante, fue sin duda víctima de los recelos clásicos de los militares hacia los periodistas, incrementados desde que iniciara su colaboración con el diario anticolonialista Akhbar, cuyo propietario, Victor Barrucand, había intervenido para colocar como traductor a su esposo en el ayuntamiento de Tanas. Algunos militares, sin embargo, simpatizaron con ella. Fue el caso del general Lyautey, partidario de un proceso colonizador basado en el conocimiento de la lengua y la civilización del pueblo invadido, y no en la mera presencia de tropas, y que, tras la batalla de El Moungar, resolvió enviarla a Ain-Sefra, en la ‘tierra de nadie’ fronteriza con el reino de Marruecos, para mediar con las tribus rebeldes, lo que despertó rumores sobre su pertenencia al Deuxième Bureau. Meses después volverá, también por mandato de Lyautey, a entrevistarse con el principal dirigente espiritual local. No regresaría. Asaltada desde tiempo atrás por recurrentes crisis de malaria, sífilis y paludismo, abandonó el hospital para instalarse en la modesta casa que había adquirido para vivir allí con Sliman. El 21 de octubre de 1904, la sorprendió la riada. Lyautey rescatará de los escombros de la vivienda sus escritos manchados de fango. Tenía 27 años. Había sonado la hora de su fama póstuma.

A juicio de Errera—que ultima una novela y varios cuentos para niños ambientados en la Alejandría cosmopolita—la vida de Isabelle encarna "un mensaje para la mujer de hoy, por haber llevado adelante sus elecciones culturales y sexuales y la soledad que tales elecciones le impusieron, por haber amado profundamente, por haber tenido una vida política, porque fue abierta de mente, inteligente, sensible y una aventurera de verdadero talento."

Nunca recibió el bautismo, nunca fue cristiana, por lo que no ha lugar a calificar su adhesión al Islam de conversión propiamente dicha. ¿Puede, pues, hablarse de aquella mujer criada a la sombra de la exuberante vegetación tropical de su villa suiza y muerta en el desierto como de una precursora de la sociedad multicultural? Errera no está segura: "Desconfío de los iconos... Su relación con el Islam y la cultura árabe fue apasionada y, quizá, una vía de escape para una historia familiar demasiado penosa y pesada. Fue, esencialmente, una rebelde cuya sensibilidad quedó impresionada por la crueldad del colonialismo. Quizá el alma rusa y el alma nómada árabe se encontraron en algún lugar muy profundo dentro de ella. ¿Quién sabe?"
Sólo Alá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario